Guardé mis preocupaciones en un cajón y escondí los complejos debajo de la cama. Apilé los remordimientos en la silla de mimbre y tendí las penas a secarse al sol.
Finalmente, salí de mi piel y la doblé con cuidado. La escondí debajo de mi almohada, para que mamá no se asustara si entraba a buscarme, y empecé las vacaciones de mí misma.
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